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El mantel, un lugar de sostén.

Trabajar en clínica infantil es un regalo, una oportunidad para el encuentro, para la risa, para la alegría, y por sobretodo, para ser testigo del registro de lo que es importante para los niños y niñas con las que trabajamos, ser un sostén de su experiencia.

En cada sesión hay un desafío, un movimiento distinto, una continuidad que se interrumpe por un gesto, una palabra, casi siempre una pregunta que nos interpela, una invitación a posicionarnos como adultos en un mundo de niños y a intentar comprender y/o recordar la experiencia de haber sido una de ellos.

En mi trabajo clínico me he encontrado con dificultades emocionales, de transición, de adaptación, con traumas y duelos. Muchas veces mi círculo cercano me pregunta, ¿cómo puedes hacer este trabajo? Y creo que en gran parte, es por momentos como estos.

Una pequeña de 5 años, llega a consultar derivada por su colegio, ya que no habla, pero si muerde. Tenemos el desafío de construir aquí un espacio seguro para, pienso yo, sentirse comprendida, antes que escuchada. Luego de algunos encuentros, lo logramos. Entre juegos, peluches, sonidos, miradas e interpretaciones, ella decide que soy digna de escucharla nombrar el mundo. Es así como espero que esa confianza se replique en otros espacios, que sepan leerla, antes de escucharla.

En una sesión donde elige pintar con témpera, le muestro lo contenta que está usando este material. Ella está en el suelo, recostada entre los pinceles y pinturas, y todo sobre un mantel en el cual está la hoja blanca que recibe su dibujo. Me mira y me dice: “Lo que pasa es que en casa no me dejan usar pintura, pues pinto debajo. Eso… la mesa, que no se puede pintar. Es que… en mi casa no me ponen mantel”

No puedo evitar pensar lo que permite un mantel, un lugar para manchar, un lugar para recibir, un lugar para celebrar y pienso en el poco espacio que existe en casa, dentro de otros elementos que ha compartido, para recibir, para contener, para tolerar el error, mancha, la equivocación.

Pienso en lo difícil que es para nosotros como padres y madres ser el mantel que sostiene el crecimiento de nuestros niños y niñas, sin quedarnos en la exigencia con la que muchxs crecimos. Fuimos los niños y niñas de “la mesa del pellejo”, aquellos que temíamos manchar el mantel blanco y toda la exigencia del comportamiento y la sumisión que acompañaba la infancia de los ochenta y los noventa.

Pienso  en los vestidos bordados, los calcetines con vuelos, los zapatitos de charol y todo aquello que nos invitaba a la pulcritud, a la obediencia, a la rectitud.

Pienso en la necesidad de tolerar la falla en nuestros hijos e hijas, y de paso la falta en nosotros mismos. Lo necesario de disfrutar sobre un mantel que nos sostenga y que celebre la vida que ocurre sobre el, muchas veces, gracias a él.

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Reflexión escrita por Macarena Maturana Suárez, psicóloga clínica y socia fundadora de @grupoclinicosur.